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El dilema de las redes sociales es la nueva película de Black Mirror. . . bueno, en verdad no (pero casi). En realidad, y usando la magia prohibida de los spoilers, es una producción de Netflix que ataca a las redes sociales, vendiéndolas como las causantes de grandes problemas, usando premisas como: Cuando algo es gratis, tú eres el producto. La democracia está en peligro. Las redes sociales son una droga y “no eres dueño de tus acciones, los algoritmos te controlan”. Y aunque comenzamos este artículo con un tono de mofa, debemos afirmar que se plantean problemáticas importantes que definitivamente necesitan atenderse. Que obviamente, al leerlas aquí suenan exageradas, pero eso es porque la película tiene un soundtrack compuesto por un fan de Stephen King y este artículo no. 

¿Somos el producto? Efectivamente lo somos y lo hemos sido por años: de la prensa, de la radio, de la televisión. . . incluso puedes recibir un servicio religioso de manera gratuita. No es sorpresivo el hallazgo. Sí es cierto que ahora es mucho más invasivo, al punto de ser reconocido con el nombre de capitalismo de vigilancia; pero busca el mismo objetivo de siempre: captar y mantener tu atención para poder ofrecerte anuncios de patrocinantes

Las empresas de redes sociales justifican esto afirmando que para vender anuncios con certeza, se necesita mucha información del usuario, y efectivamente, así es. Sin esa información (considerando todos los emprendimientos y empresas en línea), navegar por internet podría acabar siendo como un viaje a través de un mercado público donde vendedores aleatorios, te cortarían el paso cada cinco segundos, para tratar de venderte cosas que no te interesan. O podría ser un paseo por una zona refinada donde solo las empresas con mayor capital del mundo podrían exhibir sus productos en las vitrinas del camino. En otras palabras: sin esta estrategia, existirían sólo dos opciones: o el usuario tendría que luchar en una marea de comerciantes de intereses ajenos o los emprendedores y pequeños comerciantes jamás tendrían oportunidades de exhibir sus productos o servicios. 

La película acaba siendo un tanto contradictoria. Acusa a las redes sociales de polarizar a la sociedad, pero su discurso solo cuenta un lado de la moneda. Así como acusa también a las redes de desinformar a las comunidades. . . y adivinen; el guión está lleno de falsas correlaciones. Por ejemplo asocian que si una industria usa la palabra “usuario” es tan mala como el narcotráfico; o que el aumento de  casos de depresión y de suicidios en jóvenes tiene una correlación al aumento de uso de las redes sociales. Podría ser una variable, pero solo muestran un gráfico de línea como “prueba”.  

Incluso llega a incriminarle a las redes sociales que estas acabaran con las democracias. Hay un término, no muy conocido, que es: la oclocracia. La oclocracia es la forma degenerada de la democracia. Una democracia funcional, transparente y justa; que por la mala calidad de decisión de sus votantes, acaba con un gabinete ineficiente y no apto para los cargos y para que una democracia se degenere, no hace falta más que una muchedumbre no analítica. Y la humanidad ha vivido oclocracias, dictaduras y autocracias, desde mucho antes de la invención de las telecomunicaciones.

Sí. Las redes sociales usan el neuromarketing a su favor. Apuestan por la dopamina como vehículo para su éxito; así como lo hacen los videojuegos, los partidos de fútbol de la liga que más te gusta y la maestra del colegio con sus sellitos de caritas felices. Y es que el problema no es que recorran este camino, el verdadero problema de este punto, es que las personas consideren que no son dueñas de ellas mismas y que los agentes externos, como un algoritmo, los controlan las personas tienen la capacidad de tomar decisiones, de hacer algo, de autorregularse, de colocarse límites o dejarlo; así como la suficiente fuerza para hacerlo en cualquier momento de sus vidas.

De hecho, los algoritmos son enteramente matemáticos y los usamos no solo en las redes sociales: La humanidad los ha utilizado para tomar decisiones en guerras, para determinar si realizar o no un préstamo bancario, o incluso para prever si un expresidiario volverá a delinquir y hacerle seguimiento o no. Los algoritmos no te controlan. Te conocen, te analizan y finalmente, te acaban recomendando cosas. Es como una pareja con la que llevas ya varios años y te envía los mejores memes de tus días (No la dejes ir). 

Ahora, sí, las compañías de redes sociales tienen tal vez demasiada información personal. Y aquí entra el punto de debate sobre: ¿qué tan ético es eso? La película concluye con un llamado a que estas empresas adquieran ajustes fiscales y compromisos éticos, como otras industrias de comunicaciones han tenido que adoptar. Lo cual, es efectivamente un excelente llamado, más que necesario.

Pero lo que no podemos hacer es meter a las redes sociales en el juego de Jumanji y acusarlas de ser la causa de todos los males. Requieren mayor regulación, mayor observación, compromiso ético; pero estas, por otro lado, han permitido que millones de familias sobrevivan a una pandemia global, han permitido que pequeñas organizaciones con objetivos benéficos sean descubiertas y apoyadas, que un niño de Estados Unidos lleve agua a comunidades de África que incluso, le sea devuelta la democracia a países que la habían perdido, como ocurrió con el caso de la Primavera Árabe. Esta realidad nos lleva a pensar, qué sería de movimientos de reivindicación social como #BlackLivesMatter y #MeToo sin el apoyo de las redes sociales, ¿cuántas problemáticas sociales y ambientales se han expuesto gracias a ellas? 

Si quieren un ejemplo claro de lo que hablamos hagan una búsqueda rápida en Google de “La Expedición Tribugá”, y encontrarán como las redes sociales pueden convertirse en un altavoz para una causa noble y cómo pueden generar un impacto positivo tangible.

Y ese, es el dilema del dilema de las redes sociales; que Netflix te la recomendó gracias a su algoritmo. 

 

Escrito por: Ernest Cappa